viernes, 25 de julio de 2014

"El tango de la Guardia Vieja", de Arturo Pérez-Reverte

 
Título: El tango de la Guardia Vieja
Autor: Arturo Pérez Reverte
Editorial: Alfaguara
Año edición: 2012
ISBN: 9788420413099
  Páginas: 504

De Pérez-Reverte prometí no volver a leer nada tras el chasco que me llevé con La carta esférica. Sin embargo, aquí me veis, incumpliendo mi promesa porque todos merecemos que nos den otra oportunidad. Y a la tercera fue la vencida.  El tango de la Guardia Vieja me ha reconciliado con un autor que ha pulido algunos detalles de su prosa que no me convencieron en aquel momento. Con esta novela se ha desprendido de superficialidades para escribir con una mayor agilidad y belleza una historia completa que habla de lo complicado que es a veces conjugar razón y corazón pero en la que también hay intriga y aventuras que dan un breve repaso a algunos de los momentos más importantes del pasado siglo XX.
 
El tango de la Guardia Vieja nos sitúa en tres tiempos diferentes de la vida de los protagonistas. Tres momentos en los que sus vidas se cruzan, a pesar de que sus sentimientos están ligados casi desde el primer momento en que se miran, y que servirán de división temporal que estructure la novela aunque a lo largo de sus páginas vayan mezclándose los capítulos que hacen referencia a estos tres períodos. Tres tiempos que no están equilibrados en cuanto a atractivo. Aunque ninguno de ellos llegue a aburrir sí hay momentos en que la lectura se ralentiza y pierde ritmo. Si bien la primera parte es la que me ha resultado más atractiva y embriagadora por el ambiente en el que se desarrolla y la relación de los protagonistas, los otros dos momentos en los que coinciden son administrados a lo largo de los capítulos a modo de flashbacks con gran acierto para mantener en vilo al lector y que la lectura no resulte tediosa.

A la novela le cuesta arrancar, esa ha sido mi percepción y es algo a lo que ya me tiene acostumbrada el autor, muchas páginas en las que no ocurre nada pero que van preparando lo que vendrá después. No obstante sus inicios, esta parte ha sido de las tres en las que se divide la novela la que más me ha apasionado. Cronológicamente comienza esta historia en 1928. Max Costa, bailarín mundano, Mecha Inzunza y su esposo, el afamado compositor Armando De Troeye que viaja a Buenos Aires a componer un tango por una apuesta con otro colega, coinciden en el trasatlántico Cap Polonio camino de Argentina. Max es un buscavidas, Mecha una bella y seductora mujer que está lejos de su alcance. A Max sólo se le permite divertir a las damas de la clase alta en la pista de baile pero de esos fugaces encuentros nace una profunda atracción sexual que acabará desembocando en una huida, un aparente punto y final que ninguno de los dos hubiera deseado.
 
En este primer episodio de los tres que cuenta la novela conocemos cómo se fragua la relación entre Max y Mecha, sus conversaciones, sus insinuaciones, sus miradas, sus silencios, sus bailes. Notamos la contención de ambos en cada encuentro, una contención que presidirá su peculiar historia de amor a lo largo del tiempo.  En esta ecuación de deseo y provocación destaca el tango como término fundamental. En esta parte hay  tango, mucho tango. Las notas y acordes del bandoneón traspasan las palabras y acompañan a lector en la incursión de los personajes en el ambiente canalla de los boliches tangueros de los arrabales porteños. Magistral es la forma en que Pérez Reverte describe la coreografía, los movimientos, las sensaciones, el deseo. Cómo refleja el éxtasis al que nos lleva el baile y del que se contagiarán los protagonistas dando lugar a escenas realmente provocadoras y sugerentes.

 
Por alguna razón, que no era momento de analizar, la idea lo excitó. Qué otra cosa era el t
ango así bailado sino sumisión de la hembra, se dijo, asombrado de sí mismo;
sorprendido de no haber llegado antes a esa conclusión, pese a tantos bailes, tantos tangos
y tantos abrazos. Qué otra cosa era aquello bailado a la manera de siempre, lejos de los salones
y la etiqueta, sino una entrega absoluta, cómplice. Un avivar de viejos instintos,
rituales deseos quemantes, promesas hechas piel y carne durante unos instantes fugaces
de música y seducción. El tango de la Guardia Vieja. Si había un modo de bailar
idóneo en cierta clase de mujeres, era sin duda aquél. Considerarlo desde esa perspectiva
 hizo sentir a Max una punzada de deseo inesperado hacia el cuerpo que se movía obediente
entre sus brazos. Ella debió de notarlo, pues por un momento clavó en él sus ojos azules, inquisitiva, antes de que una mueca de indiferencia retornase a sus labios y la mirada volviera a perderse en los rincones lejanos del almacén. Para desquitarse, Max hizo un corte, fija una pierna y simulando la otra un paso hacia adelante y hacia atrás; obligando, con la presión de su mano derecha en la cintura de la mujer, a que ésta pegase de nuevo su torso al suyo y, deslizando la cara interna de los muslos a uno y otro lado de la pierna inmóvil, retornase a la sumisión perfecta.
 Al gemido silencioso, agudamente físico, de hembra resignada sin posibilidad de fuga.


Los destinos de Mecha y Max se vuelven a cruzar dos veces más en tiempos y espacios diferentes: en Niza, nueve años después de su primer encuentro, con la Guerra Civil española y el espionaje como telón de fondo y durante un campeonato de ajedrez en Sorrento en plena Guerra Fría con unos protagonistas ya sesentones hartos de refrenar durante tantos años sus sentimientos. Porque el amor entre Max y Mecha es un amor coartado por las convenciones sociales, por convicciones morales, por tantos y tantos factores que llega un momento en el que inevitablemente hay que poner las cartas sobre la mesa.  

La descripción del ambiente y la profundidad de los personajes son elementos primordiales para que el lector se implique con la historia. Pérez Reverte cumple estos dos cometidos con sobresaliente. Sus dos personajes principales están tan bien dibujados que, a pesar de no conocer sus pensamientos más íntimos, sabemos, o tenemos la certeza de saber, qué les mueve a actuar como actúan a pesar de no compartirlo en alguna ocasión. Son personajes herméticos pero no totalmente opacos, que dejan traslucir sus  sentimientos por mucho que ellos quieran disimular.
La felicidad y despreocupación de los años veinte, la angustia y el miedo de los años de la Guerra Civil Española y previos a la Segunda Guerra Mundial, la nostalgia y calma aparente de los años de tensión entre EEUU y Rusia, todas estas atmósferas son trasladadas al papel con extraordinaria lucidez y acierto, algo que junto a su bella historia de amor hace de El tango de la Guardia Vieja una novela que merece la pena leer y releer.