Título: El alma del mundo
Autor: Alejandro Palomas
Editorial: Espasa
Año de edición: 2011
ISBN: 978-84-670-3619-0
Páginas: 325
Dicen que el violonchelo es uno de los instrumentos cuyo sonido más se asemeja a la voz humana. Un sonido grave y triste. "La voz de los perdedores", llega a afirmarse en la novela. O de los perdidos, según se mire. Un instrumento que posee alma*, no sólo en el mas estricto sentido de la palabra. Un instrumento capaz de contener y expresar los más profundos miedos o pesares. Y es precisamente este instrumento y su música los que nos acompañarán a lo largo de las más de trescientas páginas de esta pequeña joya literaria que es El alma del mundo. Porque, como dice la frase promocional de libro "No hay mejor música que la de un corazón afinado". Un corazón que está en paz consigo mismo y con los demás, un corazón que se comunica con otro sin necesidad de palabras.
Otto Stephens y Clea Ross, de ochenta y seis y noventa años respectivamente, llegan el mismo día a una residencia de ancianos. Ella, insolente y descarada, oculta un poso de amargura tras sus ojos vivarachos. Él, encantador y risueño, aún conserva la gallardía y apostura que tuviera de joven. Ambos eligen a Ilona, una cuidadora recién llegada y sin experiencia previa, como acompañante durante su estancia en la residencia. ¿Será casualidad que ambos exijan a la misma ciudadora?.
Este comienzo es suficiente para que el lector se quede enganchado a la lectura de esta novela cuya fuerza reside en contar una historia sencilla sobre algo tan complejo como son los sentimientos y en lo brillantemente dibujados que están sus personajes. Unos personajes que salen de las páginas para instalarse en el corazón del lector. Para siempre me llevo yo a Clea, una anciana aparentemente cascarrabias pero que esconde una gran sensibilidad y que tanto me ha recordado a otra que me dejó hace unos años.
El pasado de los personajes es fundamental en esta historia de dolor y de esperanza. Un pasado con el que hay que reconciliarse para poder avanzar, un pasado "en presente continuo" al que hay que empezar a conjugar en otro tiempo verbal. Si el pasado de los ancianos es importante, aún más lo es si cabe el de Ilona, una húngara cuya vida ha estado llena de ausencias, carencias y vacíos y del que aún no se ha podido desprender. Llena de vacío, que paradoja tan dolorosa... Su trabajo como lutier para Otto, con quien compartirá tardes de conversación y faena, la ternura de su trato o la sabiduría y empatía de Clea, propiciarán que poco a poco Ilona se vaya implicando emocionalmente con este par de ancianos y rompa ese caparazón de dolor que le impide comunicarse para compartir con ellos sus temores y preocupaciones. Los tres protagonistas pronto se convierten en algo así como organismos simbiontes, sus vidas van a cobrar nuevo sentido gracias a la existencia de los otros dos. Ilona, aquella cuya misión era prestar ayuda y acompañar a los ancianos resulta ser la que más auxilio recibe por parte de dos personas que nos dan una lección de vida, de cómo llegar a esa edad y continuar disfrutando, de que hay que mirar hacia adelante aunque lo que quede ante nuestros ojos sean apenas unos años más de vida.
"Desde la ventana, Rocío leyó en la espalda de Ilona y en la nube que la blanqueaba
que aquel cuerpo ocultaba algo, que la que miraba el mar desde abajo era una mujer
hecha de capas de cosas no dichas y no compartidas que había aparecido para
cambiar algo, porque seguramente algo cambiaba siempre allí donde llegaba.
Leyó durante unos segundos entre esos dos hombros una marea de palabras,
de gestos y de dudas enmarcados por una extraña plenitud que la puso sobre aviso
y que encendió en ella una pequeña luz de alarma. Había demasiadas cosas en el gesto
de aquella espalda, demasiadas cosas por resolver".
(*) En los instrumentos de cuerda que tienen puente, como el violín, el contrabajo, etc., palo que se pone entre sus dos tapas para que se mantengan a igual distancia (RAE)